sábado, 6 de diciembre de 2008

Capítulo I - Fragmento I (por Silvina Gianibelli)

si me volviera litúrgica y /estas palabras envolvieran/ hilados santos, si filetearan/ en oro sacramentado/ los precipicios del sentido/si el cáliz se derramara perverso/en la pecaminosa palma/ que se empuña sangrienta/ penetrando la porosidad casta del papel/si a cambio de estas palabras/se me negara este cáliz y este cielo/ y con ello pretendieran/ coronarme de rosas pálidas/empuño desesperada/la diestra mano que engarza cada vocablo/ y canten rechazando la virginal pureza/volando en esta danza maldita/ que le canta al pecado.

Envuelta en los grafemas garabateados por mi propio espanto, busco desesperada las huellas. Sus huellas. Revivirla. Apartarla. Soñarla. Colocar una mamá acá dentro y allá lejos. Una mamá enfrente y frente y de frente.
Nací .Nazco en cada impacto del recuerdo que simulo. Me pregunto que dirán los demás versos que nunca leeré, esos, los arrebatados.

cabalgando en las penumbras/asomada al paso de los venturosos relámpagos/ cercada en medio del tormento/ cayendo al precipicio inmediato/del vuelo frustrado/en cada noche me arrastro/ hasta palpar la textura del dolor/ que me retuerce cada noche/ alumbrada por retazos.

Macabro hueco. Frazadas mugrientas y deshilachadas .El alma hecha harapos. Un vientre que crecía al mismo tiempo que el terror.

Bajo la pesadumbre de los recuerdos/Sobre cada ausencia/ En cada instante
Ante la reverencia del mal/Bajo el cielo que aplasta/Cabe la desesperación de contar hasta ciento/Para lograr que esto cese/ Contra el impulso que me llama/ Yazgo/Sintáctica.

en un asomo de esta pena perpetua/ abrasada al relámpago furtivo/recobrando una memoria que insistentemente no falla/mordiendo cada mañana esta culpa tremenda de estar viva/sellando en cada noche el infinito de ese tiempo/que se esconde en una mujer/ que no reconozco pero que fui/ciñendo el silencio de aquellos inadvertidos/ invento cada paso/para simular esta existencia.

Mi madre existe al mismo tiempo que los poemas y deja de existir en el bamboleo de las lecturas.
Yo abrazo las palabras, les guiño las arrugas, las olfateo, le busco los ojos, los párpados, las uñas. Unas tienen la pierna derecha más corta (como yo) .Otras son morochas, tienen asma, y el cabello quebradizo. A ellas no les gusta el mate, y estoy convencida que escucharon felices a los Beatles, leyeron a Pizarnik y a Cortázar .Las otras y las unas se vistieron de negro y tienen astigmatismo .Como yo .Como mamá.
Son palabras que conocieron el pánico; el amor; la entrega; la lucha; el terror y la derrota. Son palabras que viven o yacen.
Perdí a mi madre y hallé letras agrupadas en fila de indios, tomando distancia a la par del compañero, cantando aurora mientras se oían las caídas muertas de cuerpos niños en una isla gris.

ensordezco la noche para ensamblar/ las melodías patéticas de las arrugas/
surcadas por el abandono/me reconozco en cada derrame/en cada paso golpizo, equívoco/en cada instante torpe/de búsqueda/pero cae el reloj con sus venturosas/ aventuradas vueltas/curvilíneas, enredadas en velos noctámbulos/qué cosa es el tiempo sino la hendidura/ de aquellos deseos inconclusos/ /rojos/heridos/deseosos de fluir en cada/vena de mi existencia/en perpetua búsqueda del cielo perdido/enterrado en jardines de libélulas sangradas/del espanto envuelto en una muselina/que expira mi rostro/clavado en su pantanoso vuelo.

Recuerdo al padre Sergio casi en cada detalle de su persona. El padre, de cuerpo presente, sotana larga, capa al viento. Caminando con pasos agigantados por la parroquia, saludándonos con el sacramento de la imposición.“Sé santa hija”.
Me alegraba que me lo recordara, hasta podía imaginarme mi propia estampa.
Yo en tres cuartos, mirada al cielo…
El padre trabajaba por nosotros. Nosotros sus hijos. Cuidaba especialmente de las señoritas (para que no caigamos en la mediocridad de “parecer santas”sino de serlo). Con la vida. Con el sacrificio .No para enlutarnos del amor a Cristo sino para iluminarnos de Él. Una cuestión de preposiciones.
De todas maneras, de Jesús no hablábamos, puesto que pertenecíamos a otro nivel de oración. Nosotras éramos las amadas recostadas en los brazos del amado. Pero no lo nombrábamos. No debíamos nombrarlo puesto que nombrarlo era descender al nivel más popular. Y el amor al pueblo era traducido al del pueblo de Dios, en este caso con sede en el centro de la ciudad. Pecaría de omisión si no diría que éste era un pueblo muy sobrio. Soñábamos con ser las Esposas del Amado, no las de Cristo, que en este caso no es lo mismo. Cuestiones de sinonimia.
Éramos homónimas de aquellas señoras que rezan los rosarios sin barras espaciadoras tejiendo cada cuenta, calculando diez aves o nueve, quizá ocho u once. En fin todo se soluciona con el gloria final y a otra cosa. No nos arrodillábamos delante de aquella imagen de la Virgen de Luján, eso se correspondía con el gusto popular. Y cuando hablo de popular, me refiero precisamente a los fieles excedidos en evidencias de todo tipo. Evidencias tan manifiestas.
Rezábamos laudes y vísperas .De San Cayetano dudábamos hasta de su existencia y eficacia. Reverenciábamos al Altísimo (con extrema liturgia) esquivando pasar por el sagrario tantas veces, sin dejar de hallarnos en situaciones de extrema dificultad. Arrodillarse en perpetua reiteración era exceso del más terrible pecado capital. Y si algo no éramos era ser soberbias. Y la muestra de esto consistía en dedicarnos a contemplar aquellas ancianas que venían con la bolsa del supermercado sosteniéndola con la mano (siempre izquierda), mientras que con la derecha dibujaban cruces que abarcaban la longitud del torso .Siguiente abuso de Liturgia: dos cruces en la frente, dos en los labios y dos a la altura de la garganta. Después la mano (esta vez derecha) sobre los pies de la Virgen y tiesas cuales columnas mirando hacia abajo, con la oración a cuestas a manera de zumbido.
Aprendimos de esa humildad .Considerábamos innecesaria las formas manifiestas. Nunca soez. Quizá en algunos de los casos era factible aplicar el término .Nunca nos permitimos semejante pecado capital, que de hecho eran los únicos que cometíamos. Puesto que los santos nunca cometen los mortales. Los pecados mortales.
De esta manera, desafiando la lectura de Las Moradas ingresé al mundo de las palabras. Por la palabra éramos hijas. Por la palabra obedecíamos mandamientos. Por la palabra nos consagrarían, nos canonizarían. La palabra .El legado. La iluminación divina. La alabanza. La palabra. El principio y el fin.

Me pregunto cuánto fue el tiempo que estuvo encerrada sin ver la luz, llorando. Dé qué estaban hechas esas lágrimas que hoy son las mías (aunque ya no pueda llorar). Porque dudo de mi existencia y esta mujer que no puedo reconocer en un pasado. Un pasado. Me pertenecías Pasado. Y ya no.
Una palabra trunca. Un lugar vacío. Un nombre. Usé tu nombre de prestado. Vestí mi nombre de ropa ajena .Yo ajena a mí. Pero no ajena a vos.
Mi madre muerta en una tumba que imagino. Mi madre un escombro. Yo envuelta tu mentira tallada de escombros.

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